Los mensajes de María la Virgen. ¡Mi Corazón Inmaculado Triunfará!
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San Luis María Grignion de Montfort
Louis-Marie Grignon de Montfort, (Montfort-sur-Meu, 31 de enero de 1673- Saint-Laurent-sur-Sèvre, 28 de abril de 1716) conocido también como el Padre de Montfort, fue un teólogo, sacerdote misionero y escritor francés, miembro de la Iglesia Católica, canonizado San Luis de Montfort en 1947. Su pensamiento teológico ha influenciado en el desarrollo de la doctrina mariológica contemporánea.
De suerte que, si el conocimiento y
reinado de Jesucristo han de dilatarse en el mundo -como
ciertamente sucederá-, esto acontecerá como consecuencia
necesaria del conocimiento y reinado de la Santísima
Virgen, quien lo trajo al mundo la primera vez y lo hará
resplandecer la segunda.
“El conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre la Virgen María será siempre la clave exacta de la comprensión del misterio de Cristo” (Pablo VI, Nov. 21, 1864; ver LG 66).
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Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.
MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
NECESIDAD DEL CULTO A MARÍA
14. Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo El es El que es (Ex 3,14). Por consiguiente, este gran Señor, siempre independiente y suficiente a sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria13 . Le basta querer para hacerlo todo.
15 Afirmo, sin embargo, que -dadas las cosas como son-, habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder; es Dios, y no cambia ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar (Ml 3,6; Rom 11,29; Heb 1,12).
MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO
1. EN LA ENCARNACIÓN
16 Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan elevado los profetas y santos de la antigua ley durante cuatro mil años a fin de obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes. El mundo era indigno –dice San Agustín– de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de manos del Padre, quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella.
Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.
Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte.
2. EN LOS MISTERIOS DE LA REDENCIÓN
17 Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura creatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su Cuerpo místico.
18 Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso terrestre para complacerse y
realizar allí secretamente maravillas de gracia.
Este Dios-hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno; manifestó su poder en dejarse llevar por esta jovencita; cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las creaturas de la tierra para no revelarlos sino a María; glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta Virgen amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de treinta años, hasta la muerte, a la que Ella debía asistir, para ofrecer con Ella un solo sacrificio y ser inmolado por su consentimiento al Padre eterno, como en otro tiempo Isaac, por la obediencia de Abrahán, a la voluntad de Dios.
Ella le amamantó, alimentó, cuidó, educó y sacrificó por nosotros.
¡Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios!
Para mostrarnos su precio y gloria infinita, el Espíritu Santo no pudo pasarla en silencio en el Evangelio, a pesar de habernos ocultado casi todas las cosas admirables que la Sabiduría encarnada realizó durante su vida oculta. Jesucristo dio mayor gloria a Dios, su Padre, por su sumisión a María durante treinta años, que la que le hubiera dado convirtiendo al mundo entero por los milagros más portentosos. ¡Oh¡ ¡Cuán altamente glorificamos a Dios cuando para agradarle nos sometemos a María, a ejemplo de Jesucristo, nuestro único modelo!